AMOR DE JUVENTUD
- Columna 7
- 13 mar 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 19 jul 2021
Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez
Recuerdo reñir silenciosamente con el tiempo para llegar
temprano y sentarme al pie de la ventana.
Desde allí apreciaba la belleza de esa
tierna y delicada flor angelical.
Calculaba los segundos que restaban para verla danzar
por la pasarela de mi corazón.
Contemplarla al acercarse era como despertar de madrugada en
el campo y trascender al sentir las suaves caricias de los primeros
rayos del sol que se asoma entre las montañas.
Soñaba despierto al sentir cómo se agitaba mi corazón.
Suspiraba con cada latido. Creí ser el águila que la observaba
mientras cantaba alegre en su vuelo por el cielo despejado.
No era necesario estar a su lado para percibir su fragancia natural,
el aroma de amor que despedía por su piel, el brillo de sus ojos,
el rosa de sus labios y sus manos delicadas.
A lo lejos observaba el movimiento de sus labios e imaginaba en
su voz la melodía celestial.
Mi alma se desprendía de este cuerpo y levitaba
presurosa para abrazarla tiernamente.
Desde la distancia me transmitía el éxtasis de las
impresiones y emociones que la enloquecían.
No fui capaz de expresarle con palabras cuánto la deseaba.
Aún en el presente quedo enmudecido en su presencia, pero su alma
sabe que la mía vibra para ella, que deseo ser el ave que vuele
sin descanso en el cielo de su pecho, que solo me alimente con
el néctar de sus besos y que mi sed se apacigüe en la fuente de sus deseos.
Han transcurrido los años, pero el
encanto se conserva intacto.
Felizmente me posee la misma emoción que de
joven experimentaba al contemplarla.
Y siento esa extraña y placentera revolución mientras mi pecho lucha por
contener a un corazón que agita las alas para volar y posar en su presencia.
No somos los jóvenes de aquél antaño, pero nuestras almas están a
tiempo para experimentar la locura de este amor.
Ven, toma mi mano y abrígate en mis brazos porque en
mi alma un altar te tengo preparado.
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