EL DESPERTAR
- Columna 7
- 23 ene 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 18 jul 2021
Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez.
La humanidad tiene todo, pero continúa insatisfecha. Las personas han perdido su autenticidad. Millones de individuos están dedicados a perseguir un sueño o a cumplir un proyecto que no les pertenece.
Millares de almas están apagando su fuego y contaminando su aura, mientras persiguen el fatídico sueño que la sociedad les impuso desde que eran bebés y se embarcaron en el devastador proyecto del consumo y la aceptación social.
Otras despiertan, evidenciando que por largo tiempo fueron privadas de la posibilidad de descubrirse, de reconocer sus fortalezas, de indagar acerca de aquello que hace agradable y aviva el fuego de su existencia. Un relámpago de cordura los concientizó de su tránsito degradante y pavoroso por la pasarela teatral de los aplausos y reconocimientos exteriores.
Ahora que tenemos casa propia, el auto que tanto deseábamos, recursos económicos en la cuenta bancaria, usado la ropa costosa y de gran renombre, el perfume más erótico y sensual, que hablamos otro idioma y nos expresamos con palabras elegantes empleadas por personas de cristal, que hemos realizado los viajes y visitado los lugares que supuestamente deben conocer las personas afortunadas, paseado en un lujoso yate y estar sentados al frente de un televisor de cientos de pulgadas, o sosteniendo en la mano ese celular de última tecnología que toma fotos espectaculares para registrar nuestros fingidos momentos de felicidad, o ingresado a esa corriente mística de moda, nos preguntamos, ¿por qué nos agobia una sensación de vacío interior? ¿por qué creemos que no estamos realizados? ¿por qué insistentemente somos asaltados por el desespero de poseer algo más?
Quizás hoy abramos los ojos y contemplemos a los rayos del sol penetrando libremente a nuestra tu habitación para advertirnos que convivimos con personas a las que ya no conocemos, seres queridos en el papel, pero excluidos de nuestra realidad. Personas a las que desplazamos por el celular, la televisión, los videojuegos, el trabajo y demás juguetes que conforman el listado de nuestras posesiones materiales.
Colocaremos nuestros pies en el frío suelo, advirtiendo que el celular nos arrebató las caricias de la pareja, el abrazo de los hijos y el consejo honesto y afectuoso de los padres.
La consciencia juzga a los padres por entretenerse estúpidamente con aplicativos virtuales, mientras los hijos se distancian de ellos. Los psicólogos diagnostican a millares de personas incapaces de crear nuevos círculos de amigos y, a pesar de estar rodeados por muchas personas, poco a poco se van quedando solos, asistidos por la fría compañía de los seres inanimados que la tecnología les ha metido por los ojos.
Te sentarás en la mesa y reflexionaras respecto a que algunas posesiones materiales olvidadas en el armario u otro rincón de tu casa, no fueron adquiridas para satisfacer una necesidad, sino para competir con los demás y proyectar una imagen social que distorsiona tu esencia natural y te arrebata la felicidad.
Hoy, entrado en años, y habiendo sufrido el proceso del despertar, concluí que no es dinero lo que se pierde, sino tiempo, momentos, personas, caricias, emociones, experiencias y calidad de vida.
Hoy descubro lo relativamente complejo y lento que es obtener dinero, lo fácil y rápido que es derrocharlo o que te lo arrebaten de las manos, pero también que es imposible recuperar el tiempo que empleamos en ser lo que no somos.
Es difícil recuperar el amor que fue minado por el olvido de los años, o revivir la calidez de la presencia física y afectuosa del padre, madre, esposo, esposa e hijos, que irónicamente pretendimos compensar a través de ofrendas materiales, o tal vez con una flor, cuyos pétalos gritan perdón por el beso que no se ofreció a tiempo, pese a que el alma te lo suplicaba.
Ningún registro fotográfico de alta tecnología podrá sustituir el gozo que se percibe al experimentar el crecimiento de los hijos, ni el sticker más espectacular podrá reemplazar al beso apasionado que se recibe de la mujer amada, y mucho menos al abrazo de los padres, los amigos y los hermanos.
Hoy me invade la certeza absoluta, irrefutable desde mi punto de vista porque estoy convencido, y tengo derecho a estarlo, así como quien lee, de creer lo contrario, que la vida es temporal y que segundo a segundo se nos escapa de las manos, que el camino es individual y que quienes nos han engañado para robarnos el tiempo, nuestro esfuerzo y la existencia, jamás se sepultarán con nosotros el día en que la muerte nos invite a su mesa. Antes que dejemos de existir, tendrán en sus manos a otro idiota al que también le robarán su vida.
Cuando baja el telón descubrimos que todo es ilusión, máscaras sociales, frágiles invenciones de papel. Comprendemos que no somos médicos, abogados, ingenieros, astronautas, maestros, presidentes, jueces, magistrados, actrices, actores, modelos, influenciadores, taxistas o comerciantes. Somos personas, seres de carne y hueso con necesidad de dar y de recibir amor.
Estoy convencido que, al leer estas líneas, esporádicamente harás un alto en el camino. Pero volverás a recaer porque lastimosamente dedicamos más tiempo al consumo que a la reflexión.
Cuánto tiempo tardaremos en despertar y darnos cuenta que vamos por el camino equivocado, que estamos traicionando a nuestra consciencia y permitiendo que nos arrebaten el corazón de las personas. Somos cómplices por consentir que nos repriman de los actos y nos priven de los momentos que nos traen felicidad.
La consciencia una vez más extiende su mano para salvarnos del abismo al que tontamente nos dirigimos.
Hoy, amigo lector, es un buen día para despertar.
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