LA INVISIBILIDAD DEL NEGRO
- Columna 7
- 5 sept 2020
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Por: Pedro Luis González.
El dos de agosto de 2018 en una tarde nublada el entonces presidente Juan Manuel Santos Calderón hacía justicia a la historia de Colombia. A su lado estaba el retrato presidencial de Juan José Nieto, el único mandatario negro en toda la historia de este país y el primer novelista del que se tenga conocimiento en el ámbito nacional. El mulato ocupó la silla presidencial durante seis meses entre enero y julio de 1851, pero ese cuadro no es el único, el original duró engavetado décadas enteras en sótano de la casa de la inquisición de Cartagena, pero antes fue enviado a Francia para que lo blanquearan, para disimular el color por el cual fue apartado y borrado de la memoria de todos. Las élites lo sentenciaron al olvido por ser maldecido por su color venido desde el África, por ser descendiente de esos 11 millones de secuestrados traídos como bestias en los barcos negreros que no eran precisamente la Niña, la Pinta y la Santa María y de los cuales poco se habla en los salones de clases.
Esta no es más que una muestra irrefutable de que el racismo ha estado latente en nuestra sociedad desde sus inicios, los más pobres, analfabetos, víctimas del conflicto son negros, este es un país de racistas y de hipócritas, nos hemos ufanado gritando pletóricamente a los cuatro puntos cardinales que esta es una nación multicultural, multiétnica e incluyente, meras falacias lejos de la realidad. En el año 2007 Paula Marcela Moreno fue elegida como la primera ministra negra, llegaba a la cartera de cultura, fue designada por el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, movida estratégica para ganarse el beneplácito de la bancada demócrata de los Estados Unidos que fue una talanquera para firmar el T.L.C con el gigante del norte, desde el 21 de mayo de 1851 cuando fue decretada la abolición de la esclavización en Colombia, la comunidad afro tuvo que esperar 156 años para poder ver a una ministra de su raza. Una negra tomando decisiones, ese mismo año ascendía a posiciones de mando Luis Alberto Moore, el primer general afro en las toldas militares.
En el 2007 se rindió un informe de la CIDH, sobre la exclusión de esta minoría y su dictamen no fue para nada alentador, las tasas de analfabetismo y mortalidad infantil son tres veces más altas que del resto de la población, el 76% vive en la pobreza extrema y el 42% no tiene empleo y solo 2 de cada 100 jóvenes afro llega a la universidad, hago énfasis de que son cifras de hace 13 años, y todo ha empeorado. En el 2018 se realizó el censo, el cual tuvo errores de omisión y de aplicación sobre las negritudes, por ende estos datos deben tomarse con pinzas, toda vez que, el 63% de esta comunidad no fue encuestada, esto no bastó para que no se cayera ese esperpento sino que se hizo oficial, todo lo contrario a lo ocurrido en Chile en 2012, que no tuvo éxito y fue descartado teniendo errores similares, hecha esta advertencia, proseguimos: en los 100 municipios con mayor porcentaje de población afro (que es donde se concentra el 59% de esta población), el 48% de los hogares son pobres, el 59% tiene bajo logro educativo, el 37% no tiene acceso a fuente de agua mejorada, y el 20% tiene al menos una persona que no sabe ni leer ni escribir. Según las fuentes de la UARIV (Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas), el 22% de los 4,7 millones de personas negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras son víctimas del conflicto armado, y el 21% del total de víctimas del país provienen de los 100 municipios mencionados anteriormente, los cuales están principalmente ubicados en el litoral pacífico y se asocian con altos porcentajes de IPM (índice de pobreza multidimensional) y de número de víctimas del conflicto armado.
Lo anterior no se visibiliza, no se hace nada para cambiar esa ignominia detestable y ruin, aunado a todo lo anterior los negros no pueden alzar la voz porque son asesinados, ese fue el caso de Don Temístocles Machado, líder de las negritudes y quien mantenía una pelea férrea contra la expansión del puerto de Buenaventura, y contra civiles adinerados que quieren apropiarse de esas tierras. En febrero de 2018 dos cobardes motorizados le atravesaron el pecho de dos balazos, sus suplicios de protección no fueron escuchados por un Estado indolente y racista como sus ciudadanos. Misma suerte corrió Doña María del Pilar Hurtado, cuyo único delito fue posar su vivienda en unos lotes propiedad del hijo del alcalde de Tierra Alta, Córdoba, quería llegar a un acuerdo con el propietario, pero sus esfuerzos fueron inocuos, días antes de su asesinato había recibido amenazas de las autodefensas gaitanistas. La valiente no se intimidó y una tarde dos desalmados en una motocicleta la acribillaron frente a dos de sus hijos, los gritos de aquel menor retumban en los oídos de todos los expectantes del dantesco escenario, el cuerpo inmóvil, el niño gritando al cielo buscando una explicación que ningún ángel se dignó a darle. Pero no son solo los criminales al margen de la ley los artífices de este drama del horror que ni a Edgar Allan Poe se le hubiese ocurrido. Anderson Arboleda, un joven afro que caminaba por las calles de Puerto Tejada, Cauca, fue sorprendido por la policía violando la cuarentena, pocas palabras mediaron entre los uniformados y el joven, fue reducido a bolillazos en la cabeza, días más tarde en el hospital de Cali le dictaminaron muerte cerebral.
Estos no son hechos aislados, no se trata de conductas intermitentes, es una cultura de desprecio hacia el afro arraigada en nuestras comunidades y todos somos parte del problema cuando hacemos chistes despectivos a nuestros amigos, cuando creamos estereotipos en nuestro diario vivir, frases como “no es que yo sea racista pero no besaría a una negra”. O “trabajar como negro para vivir como blanco”. “Negro ni mi caballo” había sentenciado el ex presidente Julio Arboleda Pombo. Debemos primeramente por reconocer el problema, no acepar que somos un país racista, es ya de por si un acto discriminatorio, como lo es no dejar entrar afros en las discotecas más exclusivas de Cartagena, cuyos barrios más pobres son poblados por multitudes incontables de afros.
A pocos minutos de la heroica se encuentra San Basilio de Palenque, el primer pueblo negro libre de América, una estatua adorna su plaza, la de Benkos Biohó quien fue el líder de aquella rebelión del siglo XVII, fue apresado y descuartizado por orden del gobernador español, tres siglos más tarde un hijo de estas tierras en un cuadrilátero panameño le dio el primer título mundial a Colombia en cualquier deporte, Antonio Cervantes Reyes (Kid Pambelé) se alzaba con la corona después de noquear al campeón vigente Alfonso “peppermint” Frazer, un negro que tocó las estrellas y hoy olvidado como el ex presidente Nieto.
“Usted no es homofóbico, usted es idiota” declaraba para una entrevista el gran Morgan Freeman, cuando le consultaban su postura sobre la discriminación sexual, asimismo el autor de estas líneas expresa que no hay personas racistas, hay imbéciles y desafortunadamente son mayoría, pero nuestro deber es luchar desde nuestro seno familiar y círculos cercanos contra esos prejuicios sembrados en nuestras mentes desde la infancia, porque nadie nace racista, a la gente se le enseña a comportarse como tal, no será lejano el día cuando una presidenta o presidente negro sea inquilino en la casa de Nariño y esa vez no será un negro invisible.
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