LA SOLEDAD MÁS QUE UN ESTADO… UN LUGAR
- Columna 7
- 29 nov 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 17 jul 2021
Por: Esperanza Niño Izquierdo.
“La soledad es el hecho más profundo de la condición humana. El Hombre es el único ser que sabe que está solo”.
Octavio Paz.
“ Lo mejor del mundo es saber cómo pertenecer a uno mismo”.
Michel de la Montaigne.
Los humanos en su condición de seres pensantes racionalistas o idealistas, siempre han llegado a cuestionarse aspectos relativos a los estados que durante el devenir de los años les van ocurriendo, no obstante ser propios de su naturaleza, pero que los sorprenden. Así por ejemplo, nos enfrentamos a diferentes sensaciones que se pueden transformar en estados de ánimo de absoluto arrobamiento interior y al que nunca habíamos experimentado. Todos estos interrogantes llevan inequívocamente a la búsqueda incesante de entendernos, de interrogarnos para acceder a las capas íntimas más profundas de nuestro Yo interior y así, de alguna manera, lograr explicarnos lo que nos está ocurriendo, enfrentando a esos desconocidos sentimientos que comienzan a habitarnos.
Uno de esos desconocidos sentimientos por los que muchas veces el ser humano atraviesa como resultado de acontecimientos ajenos a su propio ser, o que simplemente debe vivir, es el de la Soledad.
¿Pero que es la Soledad? ¿Cómo se entiende? ¿Cómo se responde a ella?
Históricamente el concepto de soledad no se entendía como tal. Los griegos hablaban no de soledad si no de ostracismo que significaba el destierro aplicado a ciudadanos que se consideraban peligrosos para el Estado o también era una exclusión voluntaria o forzosa de los cargos públicos. Como se puede deducir allí no se empleaba el concepto del sentimiento de la soledad en sí misma, aquella que se encuentra inscrita en el propio ser. No. Estribaba en los otros, los que la imponían de manera obligatoria y por especiales circunstancias, así que el castigado no tenía otra opción que abandonar su casa y familia sin más concesiones.
En la edad media, época de cambios en el pensamiento de las sociedades, en la que se impone una ideología religiosa cristiana que modelaba la vida entera de las personas. Allí surgen los ascetas, esos monjes que se retiran al desierto a meditar, a encontrarse en unión con su alma religiosa. Podríamos decir que esa soledad era voluntaria, diferente y egoísta solos en su propio ser se creían que ellos eran los únicos capaces de comunicarse con la divinidad, despreciando a los otros y renunciando a los bienes materiales y en absoluta abstinencia y ayuno. “Sólo ellos tenían el tiempo y las condiciones necesarias para permanecer encerrados dentro de sí mismos y pensar. En esa época la soledad no hacía referencia al sentimiento de los hombres, sino a la condición del entorno. El hombre no se encontraba solo a menos que pudiera hacerlo. La soledad era una ubicación geográfica, una habitación donde ejercerla”. Encerrados en su egoísmo y pretendida superioridad, como lo define el escritor mexicano Maruan Soto Antaki”.
¿Cómo entender entonces hoy la soledad y cómo responder a ella? Afirmaba el poeta y dramaturgo Octavio Paz que: “el hombre es el único ser que sabe que esta solo”. En general la filosofía nos enseña que esta emoción o sentimiento de soledad evoca algo que el individuo padece, que le sobrecarga, que se le sobrepone, que le afecta y que no depende de él.
Sin embargo, se puede afirmar que la soledad es posible diferenciarla subjetivamente y conceptualmente de dos maneras : una que supone “estar solo” íngrimo, frente a la otraedad, a la sociedad, a los amigos, a la familia. Otra abismalmente diferente que es “estar en soledad”. Estar solo, entonces, es encontrarse cuasi perdido en su propia atmósfera que se percibe aletargada por la rutina, sometido a días interminables que no quieren morir o mueren lentamente. Inmersos en una rara sensación de vacío, sin referentes en que apoyarse en el tiempo infinito.
La otra cara a que queremos referirnos es la opuesta a la de estar solo, es la de “estar en soledad”, ella se convierte en la insuperable manera en que los seres humanos pueden adentrarse en sus profundidades para aprender a encontrar y a disfrutar de la única compañía que es ese Yo, y uno mismo.
En este punto quiero traer a colación las enseñanzas de un hombre sabio y reposado que los avatares de la vida y su experiencia le han permitido llegar a reflexiones tan válidas como necesarias con respecto a la soledad pero a la soledad fructífera, fecunda.
El ser humano, dice, puede crear diferentes formas de unidad entre su propio Yo y los objetos. La utilidad de ellos y su propia soledad. Ejemplo de ello, es cuando se transmite un conocimiento y más ahora en la virtualidad, en la cual nos hallamos hablándole a una cámara fría, llena de fotos de personas, sin personas o al vacío negro de la cámara apagada. Pero estamos divulgando conocimiento, ahí se crea entonces, la unidad con el público que nos escucha.
Es necesario crear “formas de unidad elevada” que nos llevaran inequívocamente a ser felices. Un claro ejemplo se nos revela cuando escuchamos una música que llena todo el espacio sin dejar vacíos, llena el espíritu, nos encontramos en unidad con ella. O cuando contemplamos la naturaleza, cuando paseamos al aire libre, estamos creando una “unidad fecunda”. Pero para ello, es preciso estar “en soledad” en silencio para recogernos y después sobrecogernos dado el valor de lo que estamos contemplando.
Así pues, esta forma de silencio no nos deja solos porque no es una soledad deshabitada. La compañía es entonces esa relación con todo aquello que podemos disfrutar. Ahora bien, entendamos que la soledad no viene únicamente impuesta de afuera, viene también de adentro, es un sentimiento interior, que busca un lugar íntimo, en las profundidades del ser en donde pueda explayarse con todo lo que en nuestro interior subyace escondido.
Si analizamos estos planteamientos entendemos claramente que el conflicto de la soledad proviene de afuera, pero obliga a que el ser humano se refugie en el adentro, en donde encuentra múltiples maneras de dialogar consigo mismo.
Así es de universal y de trascendental este aspecto humano que ha ocupado y ocupa miles de páginas de la literatura y la poesía estableciéndose como un lugar privilegiado. Muchos exponentes literarios han experimentado física y espiritualmente este sentimiento. Virginia Woolf, por ejemplo, retratada magníficamente por Stefan Bollmann, describe momentos dramáticos que ella vivió y que fueron de gran creatividad: “fruto de la crisis, las ideas y las palabras fluían como un río agitado”. Otras, como la escritora Inglesa Jane Austen, pasó gran parte de su vida encerrada en una habitación de la casa paterna, y muy pocas veces se le vio visitando el jardín, pues “prefería no ser identificada con su vida exterior sino con sus obras”. Rousseau garante de las obras de Austen le llamaba “el sentimiento de la existencia”,- es un estado de amor propio, en el que no se disfruta de nada más que de la propia persona y de la propia existencia y en el que uno se basta así mismo-. Entonces el camino buscado será ir a la soledad para volver a los otros enriquecido.
No pretendemos entrar en un exceso literario para decir que la tranquilidad compleja del ser humano solo se halla en soledad menospreciando las relaciones sociales, en el encuentro con el otro, con los otros. La pretensión es hacer una lectura optimista y posible de lo que somos capaces, de vivir, de crear, de disfrutar en soledad.
Pero muchos de los poemas de soledad son un claro reflejo de la angustia que conlleva este escenario pero a su vez son también una forma de lidiar con ella. Jorge Luis Borges en su poema de «Ausencia» es una muestra de ello: “Tardes que fueron nicho de tu imagen,/músicas en que siempre me aguardabas,/palabras de aquel tiempo,/yo tendré que quebrarlas con mis manos/… “. O la poesía de la colombiana Susana Céspedes, un canto a la soledad.
¡Mi querida soledad!
Mi querida soledad. Te he tenido tan cerca que hasta he podido acariciarte suavemente en mis sueños más profundos, he dibujado tu figura tan perfecta tan sombría, hueles a rocío, a violetas, sabes al frío del vacío te has acostumbrado tanto a mí y yo tanto a ti.
Sé que te preocupa que ya no podamos vivir el uno sin el otro, en mis días cálidos no te veo pero sé que estas en el desayuno de la mañana, en la siesta del atardecer, en el frío de la noche eres la amante fiel, la compañera constante de mis días largos.
No te has dado cuenta pero sé que a veces, finges irte cuando sé que aún estás ahí sé que te duele pensar en dejarme, pero sé que nunca podrás hacerlo eres y serás eternamente mi querida soledad.
Son bellos tratados por magníficas plumas sobre el tema.
Por último, Rousseau en sus afanes de soledad decía lo que significa “estar en soledad”: “Solo en mí encuentro el consuelo, la esperanza, la paz y no quiero ni puedo ocuparme más que de mí” y como epilogo de su vida nos dejó este radical pensamiento: “Consagro mis últimos días a estudiarme a mí mismo”.
¡¡No estaremos más solos!! Estaremos listos con nosotros mismos para volver a los nuestros y a los otros, sin premura.
La Doctora Esperanza, en cada entrega nos adentra más en lo poético pero en lo hermosamente mundano también. Gracias por haberme permitido acompañar mi soledad con tu escrito. Solo faltó haber citado a Milanés, en su lírica: "Mi soledad se siente acompañada", de la bella canción Yolanda
Esta pandemia nos enfrentó a nosotros mismos; gracias por este artículo que nos invita a esa reflexión en cada momento de silencio.
La mejor es la soledad acompañada. Como dos adultos en silencio contemplando un bello atardecer a la orilla de la playa.